16 de septiembre - Santo Cipriano obispo

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Cipriano nació a principios del siglo III en el norte de África, ​ fue clérigo y escritor romano, obispo de Cartago y santo mártir de la Iglesia. Cipriano tenía un origen rico y distinguido. Su martirio se produjo en su propia villa. La fecha de su conversión al cristianismo es desconocida, pero tras su bautismo en c. 245-248 donó una porción de su riqueza a los pobres de Cartago. Su nombre original era Thascios; tomó el nombre adicional de Caecilius en memoria del presbítero al que debía su conversión. En los primeros años de su conversión escribió una Epistola «Carta a Donato sobre la gracia de Dios» y los tres libros de Testimoniorum Libri que seguían los modelos de Tertuliano, que influyó sobre su estilo y pensamiento, y detallando cómo las antiguas profecías no fueron reconocidas por los judíos en cuanto éstos no aceptaron a Cristo. Poco después de su bautismo fue ordenado diácono, y más tarde presbítero. En julio de 248 fue elegido obispo de Cartago, una elección popular entre los pobres, que recordaban su caridad, los presbíteros se opusieron a causa de la riqueza de Cipriano, su diplomacia y su talento literario. Cipriano tuvo que librar una nueva lucha a partir de 255, en la que se enfrentó al obispo romano Esteban I. La causa fue la eficacia del bautismo en las formas convencionalmente aceptadas cuando era administrado por herejes. Cipriano, creía que fuera de la Iglesia no podía haber verdadero bautismo, considerando a los realizados por herejes nulos y vacíos, y bautizaba de nuevo a los que se unían a la Iglesia. Cuando los herejes habían sido bautizados en la Iglesia, pero la habían dejado y deseaban volver en penitencia, no los rebautizaba. La definición de Cipriano de la Iglesia llevó a ciertas inferencias que le convirtieron en el enlace entre su modelo, el rigorista Tertuliano, y la polémica donatista que dividió al norte de África más adelante y que trataba de la eficacia de la misa cuando la pronunciaba un sacerdote indigno. Cipriano tuvo una visión que le anunció su destino. Cuando transcurrido un año fue llamado y se le mantuvo prisionero en su propia villa, en espera de medidas tras la llegada de un nuevo edicto imperial que ordenaba la ejecución de todos los clérigos cristianos. El 14 de septiembre de 258 fue apresado por el nuevo procónsul, Galerio. Fue examinado por última vez y sentenciado a morir por la espada. Su respuesta fue «¡Gracias a Dios!». Una gran multitud siguió a Cipriano en su último día. Se quitó sus prendas, se arrodilló, y rezó. Tras ser decapitado. El cuerpo fue enterrado por cristianos cerca del lugar de la ejecución y sobre él, así como en el lugar de su muerte.