6 de septiembre - Carmen Moreno e Amparo Carbonell
La vida de Sor Carmen Moreno y de Sor Amparo Carbonell fue muy sencilla, pero marcada por la generosidad y prontitud de asumir día a día el compromiso de respuesta al hoy de Dios.
Carmen pertenecía a una familia acomodada, Amparo, a una pobre. Nacieron, la primera en Villamartín (Cádiz) en 1885, la otra en Alboraya (Valencia) en 1893. Carmen conoció a las FMA en Sevilla, en el Colegio en el que vivió por algún tiempo después de la muerte del padre.
Amparo, en la misma ciudad de Valencia, donde quizás fue para servir. Su vocación fue muy obstaculizada por una hermana mayor que más tarde se arrepintió profundamente.
La vida de Sor Carmen transcurrió entre la enseñanza, la dirección de obras, la animación de la comunidad. En 1936, Sor Amparo y Sor Carmen se encontraron en la misma comunidad. Amparo siempre como una mujer muy trabajadora, Carmen como Vicaria.
La casa Santa Dorotea de Barcelona había sido querida y fundada por Don Bosco.
En julio de 1936, se supo que la casa estaba en peligro. Las hermanas (unas setenta), las doce novicias y las diez chicas que aún quedaban en el Colegio se dispersaron rápidamente. Algunas religiosas, aquellas que no podían encontrar un sitio seguro entre los familiares o amigos, se refugiaron en el chalet Jarth, que pertenecía a un señor alemán, protestante, muy amigo de las hermanas.
Era el 19 de julio. Los días siguiente zarparon del puerto de Barcelona dos naves italianas, en las que pudieron entrar varias hermanas, en medio de angustias y dificultades. Sor Carmen y Sor Amparo quisieron permanecer. Había que asistir a una hermana recién operada de cáncer. Más tarde marcharían juntas...
Al alba del 6 de septiembre los carceleros abrieron las puertas de la celda y se llevaron a las víctimas al hipódromo de la ciudad, cerca del mar. Partió la ráfaga homicida y los dos cuerpos quedaron abandonados en el suelo. Por la tarde tuvo lugar un último rito macabro.
Los cadáveres los llevaron al policlínico universitario para un examen médico. Los carceleros sentían una exigencia de legalidad. Querían que sus documentos revelaran un diagnóstico, avalado de fotografías.
No se sabe donde fueron a parar los restos de Sor Carmen y de Sor Amparo. Sí se sabe que su fama de martirio surgió enseguida y se propagó y resistió en el tiempo hasta el momento en que fue introducida la causa de beatificación.